Los telescopios espaciales son máquinas impresionantes y sumamente costosas, cuya misión consiste en captar información del espacio exterior en forma de imágenes que, posteriormente, son enviadas a la Tierra.
Dicho así, el funcionamiento de un telescopio espacial podría parecer algo sencillo, pero lo que acabas de leer es, en realidad, la simplificación del resumen, del boceto, del croquis, de la visión más minimalista que podría caber en un modesto artículo como éste.
En primer lugar, habría que poner a los telescopios espaciales en el contexto de lo que son: misiones espaciales que implican del esfuerzo gigante de muchas naciones, en aras de conocer más sobre el origen del universo, y los fenómenos que dan sentido a nuestro pasado y arrojan luz sobre el futuro de nuestro planeta y de nuestra especie. En ese sentido, si bien los telescopios astronómicos convencionales representan esa inquietud, los telescopios espaciales multiplican las posibilidades de cualquier aparato imaginable funcionando en la superficie terrestre, y también la complejidad de su manejo, por el mero hecho de encontrarse a miles de kilómetros de la Tierra, orbitando sobre la misma.
A diferencia de otras misiones como la Voyager 1 y la Voyager 2, en movimiento desde 1977 a unas velocidad de, aproximadamente, 61.000 km por hora en direcciones concretas, pero dispares, a las que aún les faltan siglos para abandonar nuestro sistema solar, y cuyas cámaras fueron desactivadas hace mucho debido a la escasez de luz (en el punto en el que se encuentran ahora, el Sol debe emitir una luz equivalente a la de nuestra Luna llena), los telescopios espaciales tienen como principal misión la de captar imágenes del espacio desde el propio espacio, aunque siempre funcionan orbitando alrededor de la Tierra.
El más importante de todos hasta la fecha, el telescopio espacial Hubble, lleva explorando el espacio orbitando sobre la Tierra desde 1990. En la actualidad se encuentra en fase de construcción el James Webb, un nuevo telescopio espacial llamado a dar relevo a éste,
El telescopio espacial James Webb tiene un tamaño que equivale a 7 veces el Hubble. Hay que tener en cuenta que cuanto más grande es un telescopio espacial, más luz es capaz de recibir, de manera que el tamaño importa y mucho a la hora de concebir la construcción de los telescopios espaciales.
Y otro aspecto clave referido a la construcción de telescopios espaciales, es la consideración de las extremas condiciones a las que están destinados a verse sometidos, tanto a nivel térmico como en la exposición a rayos cósmicos que pueden incidir en la electrónica del aparato. Esto, sin tener en cuenta la ya de por sí compleja operación de lanzamiento y puesta en órbita del telescopio. Todo ello condiciona enormemente cualquier mínimo aspecto del diseño y el funcionamiento de un telescopio espacial.
Si nos centramos en el tema de la astrofotografía, que es uno de los objetivos básicos que perseguimos a la hora de poner en órbita un telescopio espacial, hay que considerar que el espacio exterior contiene información no visible referida a rayos gamma, luz ultravioleta o radiaciones infrarrojas.
Por eso, los telescopios espaciales usan detectores electrónicos de eficiencia muy elevada, pero que no son cámaras fotográficas a color al uso como podríamos entender, sino que registran todo lo captado en escala de grises, con el fin de sacar el máximo partido de las capacidades ópticas del montaje ocular.
Los telescopios espaciales cuentan con filtros crómáticos que permiten escoger determinadas gamas de color con longitudes de onda más largas (infrarrojas) y más cortas (ultravioletas), perceptibles y no perceptibles para el ojo humano, y que permiten hacer reconstrucciones posteriormente con el fin de obtener imágenes lo más atractivas posibles, que lo que hacen en realidad es reconstruir paisajes imperceptibles para nuestros ojos, usando coloraciones equivalentes.
En resumen, por tanto, podríamos decir que los telescopios espaciales captan imágenes que transmiten a la Tierra en forma de datos. Estos datos son procesados y de ahí se obtienen imágenes en escala de grises que, posteriormente, son «coloreadas» con tonos visibles y reconocibles para nosotros, permitiéndonos así recrear verdaderos espectáculos.